La arquitectura lenta puede definirse como una respuesta a la tendencia que ha crecido de forma exponencial en el siglo XXI, donde los procesos de diseño y construcción se aceleran para responder a las necesidades de crecimiento y producción en masa. El resultado son viviendas que priorizan la funcionalidad por encima del bienestar y la calidad de vida, proyectos cortos enfocados en satisfacer una demanda que genera casas y edificios desprovistos de carácter y singularidad. Además, este pragmatismo también significa sacrificar el medio ambiente y la salud.
El movimiento lento surge como una contracultura ante la era de la información que busca un estilo de vida más pausado y contemplativo. Una de las primeras manifestaciones claras de este movimiento es el de “comida lenta” como un reclamo a las cadenas de comida rápida y los daños a la salud que causan los alimentos ultra procesados. En los años subsecuentes, esta ideología se extendió a diversos ámbitos de la vida y la cultura, desde la moda hasta los viajes, y por supuesto, la arquitectura.
La arquitectura lenta promueve una vida desacelerada, y sus espacios se crean de forma paulatina a lo largo del tiempo. Esta corriente está intrínsecamente relacionada con la sostenibilidad y el cuidado al medio ambiente al fomentar la construcción con la naturaleza y las estructuras duraderas. El diseño toma en cuenta las necesidades de sus ocupantes y el ecosistema circundante. Los habitantes de la casa participan en el proceso de construcción de forma orgánica para producir espacios reflexivos y significativos.
Esta filosofía celebra y promueve el uso de elementos locales y sostenibles. Las estructuras se construyen con materiales contextualmente relevantes y las tradiciones, cultura e historia local juegan un rol fundamental, ya que el proceso de arquitectura lenta promueve el sentido de auténtica regionalidad.
Los seis principios del diseño lento son:
La revelación de las experiencias de la vida diaria que pasamos por alto u olvidamos, y que incluyen los procesos y materiales que dan forma a los objetos.
La expansión de las expresiones reales y potenciales de los objetos más allá de sus atributos físicos, utilidad y tiempo de vida.
La reflexión que surge a partir de la contemplación de los artefactos, ambientes y experiencias, que puede definirse como “consumo reflexivo”.
El involucramiento. Los procesos del diseño arquitectónico lento son una fuente abierta de colaboración y cooperación, cuyo objetivo es la continua evolución.
La participación, donde los habitantes son parte de los procesos de diseño y adoptan una postura de convivialidad e intercambio de ideas con el fin de enaltecer a la comunidad.
La evolución que emerge de la maduración de los objetos y ambientes a través del tiempo. Mirar más allá de las necesidades y circunstancias del presente es uno de los grandes agentes de cambio.